Jamones de cerdos alimentados con víboras.
Plinio (El Viejo) nos hablaba, a principios de nuestra era, del peligroso veneno de las víboras y de cómo eran los cerdos los únicos animales que podían comerlas sin sufrir sus consecuencias.
El propio Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846) nos asegura que las carnes de los cerdos de Cáceres son las mejores por haberse alimentado los animales de bellotas y “vívoras”.
Pero es a finales del Siglo XIX, en España, cuando va surgiendo una leyenda sobre la alta calidad de los jamones alimentados con estos reptiles. Normalmente se refieren a los de Granada, pero también vemos extendido el mito de esta práctica a los de Montánchez e incluso a los de una pequeña pedanía en Guadalajara con el nombre de Labros. Todos son lugares altos y pedregosos, buen terreno para las víboras.
En algunos casos, nos llegan a describir el sistema empleado por los cochinos para hacerse con tan escurridizo y peligroso bocado gracias al “instinto de los cerdos de aplastar con la pezuña la cabeza de las víboras (…) antes de comerlas, para evitar la picadura”.
Se conseguía de esta manera un jamón que podía llegar a hacer competencia a los mismísimos jamones de Trevélez que, en aquellos tiempos, se hacían con cerdos ibéricos y en tan pequeña cantidad que “para obtener en el mismo Trevélez un jamón hay que llevar hasta recomendaciones”.
En 1929, el periodista y gastrónomo gaditano Dionisio Pérez nos daba su opinión al respecto de estas fábulas: “Pueblos hay como Montánchez, que gozan fama mundial por sus excelentes jamones. En el afán de consejas y mitos de nuestros antepasados, hurdieron la fábula de que este delicioso sabor del jamón de Montánchez se debía al hecho singular de que los cerdos que se criaban en su término se alimentaban especialmente de reptiles, a los que perseguían fieramente, y que abundaban extremadamente, habiendo una de estas serranías que lleva el nombre de Sierra de las Víboras. Germond de Lavigne, autor de un Itinerario de España, publicado poco después de mediados del siglo pasado, y que sirvió de guía durante varios lustros a los extranjeros que recorrieron España, divulgó este hecho en Europa, agregando que Carlos V no podía pasarse cada día sin comer varias veces jamón de Montánchez”.
En 1936, un curioso personaje inglés, mitad turista, mitad espía, recorre España con su bicicleta y trata de comprobar la veracidad de estas historias. Llega a la Sierra de las Víboras, cerca de Mérida y, aunque no consigue ser testigo de tales hazañas “in situ”, sí que llega a verlo posteriormente: “Por lo que pude ver, él la mató primero agarrándola con los dientes justo detrás de la cabeza. Luego se lo tragó a la manera que lo hacen las aves con un gusano, y aunque la serpiente debía estar muerta, por supuesto, siguió retorciéndose frenéticamente hasta su total absorción en la gran boca del cerdo”.
No dudamos de que los cerdos puedan comer víboras,al igual que comen insectos, anfibios y otros pequeños reptiles, pero, desde luego, no pensamos que ello suponga un valor añadido en la calidad sensorial de su carne o del jamón curado de ellos obtenido. Puestos a elegir.. mejor con bellotas.
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